Ayer me llevaste a tu trabajo en los talleres ferroviarios de Haedo. Son grandísimos esos talleres; hay un montón de vías que se entrecruzan y máquinas y vagones estacionados por todas partes. Tuvimos que caminar un montón hasta llegar a la oficina, mientras me ibas mostrando y explicando cada cosa. En la oficina me presentaste a tus compañeros; yo estaba muy tímido y vos estabas chocho. La oficina estaba en un galpón grandísimo donde había máquinas paradas. Vos me explicaste que muchas estaban en reparación, algunas porque sólo les faltaba un foquito que valía dos mangos en una ferretería; a vos te enojaba que semejante máquina, carísima, estuviera inactiva por esa pavada.
Salimos del galpón y fuimos a un playón de maniobras. Hablaste con un maquinista, que me dejó subir a la cabina de una locomotora y me explicó todas las cosas que había: palancas, botones, relojes. Una de las palancas era la de arranque, que tenía varios puntos. El hombre me explicó que había que arrancar despacito en el punto uno y después ir acelerando corriendo la palanca hacia los otros puntos. Me hizo sentar en el asiento del conductor, que me quedaba re grande, y me dijo que arrancara. La palanca era dura y mi mano muy chiquita, no tenía fuerza para moverla. Entonces empujé con todo y la moví hasta el punto tres, creo. La locomotora salió disparada hacia adelante y el hombre enseguida corrigió la posición riéndose. Me pidió que tire de una cuerda que había más arriba. Yo no llegaba, tuve que pararme, tiré de la cuerda y sonó el silbato re fuerte. Yo estaba feliz, manejando una locomotora y haciendo sonar el silbato, como si fuera en la calesita, pero era una de verdad.
Hoy pensé en vos, viejo querido. Ya no estás. No sé si alguna vez llegué a decírtelo, pero todavía me acuerdo de esa palanca de arranque y ese silbato. Gracias.
Hermoso relato Horacio.
Ay. Este final no lo vi venir. Gracias por compartir este hermoso relato. ❤️