Me dejó hecha una tarada desde la primera vez que lo vi. No es (bueno, no era) un chico muy lindo, de ésos que llaman la atención. Nada especial, delgado, bastante alto, paliducho, con un aire tímido. Lo que me enamoró fueron sus ojos, o mejor dicho, su mirada. Sus ojos en sí no tenían nada especial en el color, eran marroncitos; lo diferente era su forma de mirar, como invitándote a algo. Bueno, a mí esa mirada me invitó así de una a meterme en la cama con él, tanto que me asusté un poco de mí misma. Nos sentamos juntos de casualidad el primer día de cursada de Pensamiento Científico. Me miró y me sonrió, como saludándome. Su sonrisa —eso también, su sonrisa— junto con su mirada, me dejaron muda, hecha una tarada. Yo me pongo así, tarada, cuando algo me sorprende o me emociona, no atino a decir palabra. Casi no le contesté cuando se presentó y me preguntó mi nombre. Analía, le dije, después de pensar, como si no me acordara. Él me sonrió, creo que yo también, o algo así, no sé qué gesto me salió. Gustavo se llamaba (bueno, se llama).
Empezamos la cursada. Yo lo quería solo para mí, pero la cátedra nos pidió armar grupos para los prácticos, así que tuve que compartirlo con otros dos flacos, ponerme en chica seria que viene a estudiar, que colabora con sus compañeros, que se toma las cosas en serio. No sé cómo me salió, pero al menos no pasó nada raro. O sea, creo que no se notó lo mío. Gustavo en eso colaboró porque su trato era de lo más formal, respetuoso, educado y políticamente correcto. Jamás, nunca, me tiró ni media onda, aunque siempre andaba con esa mirada y esa sonrisa puestas. A todos nos trataba así, y yo, tarada, me moría de celos porque quería su mirada, su sonrisa y todo lo demás para mí sola. Y si era en un telo mejor todavía.
Le conté lo que me pasaba a una amiga. Me dijo que era una boluda, que si me gustaba le tenía que tirar los perros. Algunos flacos no son de tomar la iniciativa, me explicó, los tenés que apurar vos.
Un día a la salida de la facu, con la excusa de preparar unos temas para un práctico, le propuse ir a un café con la notebook. Correcto como siempre, le pareció fantástico y fuimos. Yo temblaba por lo que tenía pensado decirle. Por lo que tenía pensado hacer. Estaba con la cabeza partida en dos. Por un lado concentrada en los temas, buscando material y dándole forma al trabajo que teníamos que presentar. Por otro lado, tratando de buscar el momento para comerle la boca de un beso, decirle que estaba re caliente con él y pedirle que fuéramos al telo de la vuelta.
Nos habíamos sentado uno al lado del otro para poder ver los dos la pantalla. En un momento nos quedamos callados, como pensando; giró la cabeza y me miró. Lo tenía a veinte centímetros. Ya está, es ahora, pensé.
—Me gusta mucho estudiar con vos —me dijo justo en ese momento—. No sos como las otras chicas.
Me quedé dura. No supe si me estaba tirando onda o no, pero me temí que no, que no era eso.
—La mayoría son vulgares, confunden todo. Confunden amistad y compañerismo con otra cosa. Parece que lo único que les importa es el sexo, con perdón de la palabra.
Yo temblaba. El techo de la confitería empezó a derrumbarse; el suelo se abrió en grietas y las sillas y las mesas se perdían por ahí; la gente se volatilizaba.
—Me gustaría invitarte a mi congregación. Somos todos chicos y chicas sanos. Mirá, no hace falta que seas religiosa porque somos respetuosos de la fe de cada uno; sólo confiamos en un Ser superior, sin importar el nombre que le demos.
Fueron los veinte centímetros no recorridos más importantes de mi vida.
Jajajaja me hiciste acordar a algo que me pasó.
Historia real: todos mis años de secundario estuve PERO RE caliente con una compañera que me parecia la mina mas hermosa del planeta. Jamas le dije nada porque era (soy) medio pelotudo y ella estaba además fuera de mi alcance totalmente. Se acabo la escuela, pasaron los años, me olvidé del asunto.
Pasaron casi 20 años.
Me la encontre un dia en la calle. Seguia estando mas buena que comer pollo con la mano. Me invito (ella a mi) a tomar un café. Crei que se habian alineados los planetas, o algun karma cosmico dijo al fin "sufriste mucho todos estos años, te toca una buena ahora".
Nada, estaba metida en una estafa piramidal. El cafe era excusa para tratar de hacerme "invertir" plata. No me dieron las patas para salir corriendo de ahi. Estoy orgulloso de mi mismo por haber pensado con el cerebro.
Me encantó este cuento, Horacio, siempre grata de leerte. 🫶🏻